No tenemos sus restos óseos, pero si escuchamos sus latidos, su risa, sus ruegos y su júbilo, entrando por cada aposento y habitando en cada recodo.
No tenemos sus párpados cerrados ni sus labios yertos ni sus huesos húmeros lastimados, pero sí su canturreo, su confesión, su mirada ilusionada.
Tenemos su boca viva anhelante de bizcochos, sus manos estremecidas, su corazón latiente queriendo y adorando a su pueblo y a su gente.
No tenemos su figura magra con el rictus del dolor en la agonía fatal, pero sí su cariño indeclinable y su vida fulgurante, porque todo eso se quedó aquí, en su casa.
Tenemos y atesoramos un Vallejo vital, feliz y colmado de empinada esperanza, para siempre.
2. Me acuerdo
de mi casa
Pero, además, tenemos otro extraño privilegio quienes hemos nacido en la tierra en que él naciera y viviera. ¿Cuál es? Que no se pueden señalar otras casas en las cuales él haya vivido, sino solo esta, como la única, indivisa e inigualable.
Todas las demás fueron posadas. O casas de alojamiento circunstancial o momentáneo. O refugios, donde él más bien penara.
Pero esta sí es su casa, en donde se quedó para siempre. Que es la misma que lleva por todos los caminos de esta y otras vidas.
He aquí un testimonio: estando ya en París, en 1924, Vallejo fue operado de una hemorragia intestinal en el hospital de La Charité. Entonces le escribe a Pablo Abril de Vivero:
“Hay, Pablo, en la vida horas de una negrura negra y cerrada a todo consuelo. Hay horas más, acaso, mucho más siniestras y tremendas que la propia tumba. Yo las he conocido antes. Este hospital me las ha presentado, y no las olvidaré. Ahora en la convalecencia, lloro a menudo por no importa qué causa cualquiera. Una facilidad infantil me tiene saturado de una inmensa piedad por todas las cosas. A menudo me acuerdo de mi casa, de mis padres y cariños perdidos".
3. ¿No es conmovedor
y supremo?
O el hombre se queda en su casa de infancia para siempre, o carga con ella a cuestas por todos los atajos y meandros. La lleva afuera de él o la tiene incrustada hacia adentro, refundida a su sangre y en su entraña.
Con César Vallejo ocurrieron ambas situaciones, se quedó en ella para siempre y la llevó a su vez clavada en el alma.
La cargaba consigo. Buscaba un lugar y allí configuraba su casa de infancia. Y se introducía en ella ensimismado, como el caracol absorto.
Es esta casa entonces, erigida en Santiago de Chuco bajo las tempestades y los soles radiantes la que él evoca desde lejos y nunca se olvida de ella.
Es más, en sus momentos de honda reflexión y conturbada pena vuelve hasta aquí, a ser feliz en ella, volviéndola a habitar en la nostalgia y a quedarse en ella. ¿No es grandioso? ¿No es conmovedor y supremo que tú ahora estés erigido de pie en ella?
Es igual o más que habitar en el fondo de uno de sus enternecedores poemas, proeza que es difícil lograrla. Es más asequible estar aquí ungido, arrobado, maravillado en esta sintonía. Porque él nos señala lo siguiente:
4. Detenernos
atónitos
Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa.
La casa de César Vallejo en Santiago de Chuco permanece intacta, quizá porque esas palabras la han exorcizado. Está tal cual él viviera en ella.
Esto es extraño, porque todo desaparece, se esfuma y aniquila. O sino, ¿dónde está la casa donde naciera Mariátegui, Valdelomar, Eguren, Arguedas o Ciro Alegría?
De allí que esta sea además de una casa legendaria, un milagro. Además, porque él la evoca en sus poemas, tanto el espíritu general que ella la posee, como cada detalle de su plano estupefacto.
En las doce peregrinaciones que hemos hecho con el movimiento cultural Capulí, Vallejo y su Tierra, al pasar frente a ella no detenemos atónitos. Y luego de dar una vuelta por la plaza desfilando con nuestras banderolas y pancartas, hay una fuerza inmanente que nos atrae para ser lo primero que reverenciemos.
Y ha sido siempre un patriarca del vallejismo como es don Francisco Miñano Benites, quien nos ha recibido en la puerta y nos ha guiado trémulo por cada uno de sus ambientes prístinos.
5. Recién
restaurada
Volverá a reabrirse este mes de mayo, porque para librarla de la humedad, la herrumbre y las termitas, desde hace algunos meses se inició un proceso de restauración sistemática, prolija y minuciosa, ateniéndose a un expediente técnico aprobado por el Instituto Nacional de Cultura del Perú.
Se ha corregido el desplome de los adobes, sanado las fisuras de los muros, enmendado el deterioro de los techos. Se ha reconstruido el revoque original, hecho de arena y arcilla, utilizando los mismos elementos y materiales, como extrayéndolos de las mismas canteras.
Para el amarre de los techos se han utilizado cintas de cueros de vaca, tal y como se encontró que tenía el techo original. Se ha encalado la superficie de los pisos, compuestos de madera de pino, garantizando en todos los componentes una duración a futuro no menor a 100 años.
Los peregrinos que vayamos la podremos visitar recién restaurada.
La idea es convertirla en museo de sitio. Por eso, si tú santiaguino tienes algún mueble de la época, o alguna reliquia pertinente, entrégale en depósito o en cesión, para la ambientación de esta casa.
6. De niñez
y de candor
La gestión para realizar esta obra ha estado a cargo del Arzobispado Metropolitano de Trujillo, de la Municipalidad Provincial de Santiago de Chuco, contando con el auspicio de la Compañía Minera Barrick.
Al ingresar a la casa podemos apreciar la claridad y nitidez de sus ambientes.
Y sentimos una emoción muy honda de poder conocer los lugares exactos en los cuales el poeta nació y se inspiró.
Vivencias inolvidables que él las dejó plasmadas en muchos de sus poemas.
En esta casa vivió hasta los trece primeros años de su vida de manera continua.
Pero a ella regresó permanentemente, ya sea de joven o adulto, o en la evocación atribulada.
Siempre estuvo poblada de niñez y de candor. Y también de personas mayores y austeras quienes establecieron el rigor de las normas y costumbres.
7. La luz
y el alba
Está ubicada en el barrio de Cajabamba, calle Colón Nº 96. Ahora, barrio Santa Mónica, calle César Vallejo 1030 y 1046.
Su construcción es de adobe, con techos de eucalipto, aliso, carrizo y maguey. Y techados con teja de barro cocido en los hornos del lugar.
Tiene una extensión de 36 por 32 metros, la casa antigua o de abajo, divididos en seis ambientes. Esta es la casa originaria a la cual luego se acopló otra contigua adquirida cuando César Vallejo ya estudiaba en Trujillo.
En aquella antigua casa nació el poeta, en el cuarto que se ubica al principio del corredor, ingresando por el zaguán hacia la mano izquierda, denominado “salón verde”, porque tenía la puerta pintada de ese color.
La puerta general es de eucalipto, el zaguán sirve de acceso al interior, donde los corredores rodean un patio insomne, empedrado de ocres y azulados cantos rodados.
La calle donde está ubicada es en declive y el sol que sale por el oriente dora al amanecer su fachada, sus tejados y las hierbas de sus muros.
Nos embarga al visitarla una emoción inmensa. Al llegar ahora y permanecer de pie en ella, sentimos que militamos en algo muy sagrado, nos llena de valor, nos invade la luz y el alba.
8. Llamo
de nuevo
Para “Cesitar”, como le decían sus hermanos mayores, tan mayores que lo atendían como si él fuera el hijo de sus entrañas, su hogar se quedó enclavado para siempre en estas serranías. Y con todo lo tierno, afectivo y bondadoso que él era nunca quiso sustituirlo por otro. Y así lo evoca en sus poemas:
Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce...
si hay algo en él de amargo, seré yo.
Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy...
(Los pasos lejanos)
LA PUERTA DE CALLE. Es de eucalipto y sirve de acceso al interior de ella. Es la misma que él tocó y golpeó, llamando para que la abrieran:
Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.
Está cerrada y nadie responde...
Llamo de nuevo, y nada.
(Trilce LXI)
9. Me esperará
el patio
EL ZAGUÁN. Pasadizo de entrada que une la calle con la parte central de la casa:
...y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
(A mi hermano Miguel)
EL PATIO. Airoso, abierto, en donde luce un árbol de capulí insomne, empedrado de ocres y azulados cantos rodados.
En el patio silente
sangra su despedida el sol poniente
(Aldeana)
LOS CORREDORES. Bordean el patio con altos y lucidos pilares que sostienen los techos de carrizo, maguey y tejas.
...Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
(Trilce LXV)
10. En la puerta
del horno
LA COCINA. Ubicada en la parte posterior de la casa, en la cual se encuentra el fogón, hecho de ladrillo y cubierto con gruesas capas de barro, los batanes para moler el ají fresco y el tendal para colocar las ollas como otros materiales y utensilios domésticos. En la casa de César Vallejo no había comedor aparte. Se comía en la cocina como ocurría en los hogares humildes.
Sepia y rojo.
Humo de la cocina, aperitivo
de gesta en este bravo amanecer.
(Mayo)
EL HORNO. Estructura semiesférica construida de ladrillo, cubierta con finas capas de barro. Tiene una base de piedra y dos orificios, uno para introducir y sacar el pan y el otro para hacer fuego de leña a fin de alumbrar el interior de la cámara. Al utilizarlo primero se quema abundante leña hasta que el horno está caliente, entonces se introduce el pan tableado y aún crudo que es extraído ya horneado con ayuda de palas hechas de láminas de fierro.
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
(Los heraldos negros)
11. Que
se amarille al sol
EL POZO DE AGUA. Ubicado al pie del corredor de la parte alta, con boca a nivel del patio. Un canal de salida bordea los corredores por la parte baja:
...los barcos ¡el mío es más bonito de todos!...
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.
(Trilce III)
EL POYO. Breve construcción de piedra cubierto con gruesas capas de barro y que sirve principalmente de descanso.
El poyo en que mamá alumbró
al hermano mayor, para que ensille
lomos que había yo montado en pelo,
por rúas y por cercas, niño aldeano;
el poyo en que dejé que se amarille al sol
mi adolorida infancia...
(Trilce LXI)
Hay varios poyos en la casa, el más importante es el ubicado al final del zaguán y en el rincón de la derecha, que también servía antes para que las mujeres y los niños pudieran montar el caballo ya ensillado.
12. Y al fin
dirá temblando
EL CORRAL. Ubicado en la parte posterior, y hacia atrás; lugar donde se albergaban los animales.
Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral,
(Trilce III)
LOS TECHOS. Coronan la casa, son de teja, a dos aguas y de firmes y empinados aleros.
¡Lluvia a base del mediodía,
bajo el techo de tejas donde muerde
la infatigable altura
y la tórtola corta en tres su trino!
(Telúrica y magnética)
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
(Idilio muerto)
13. Las miradas
arrobadas
Así la casa es útero y atalaya, hendidura y peñón hacia lo alto. Es el lugar donde adormilamos nuestras congojas o tallamos brizna a brizna un alegato o una proclama. Donde hemos acunado tantos sueños. Es el lugar del nacer y del morir para quienes somos chucos, igual donde nos encerramos a llorar.
Las personas en Santiago de Chuco nacen en sus casas y mueren en ellas. César Vallejo nació en esta casa, pero no murió en ella. Un estremecimiento nos recorre el ser al comprobar que todo está aquí, en la casa donde el poeta vivió, jugó, fue feliz, tuvo miedo y se acongojó de pesar.
En estas paredes están impregnados los gritos del recién nacido, sus sollozos, sus travesuras y sus rezos. En estas paredes está toda la devoción de los padres por el porvenir de aquel hijo.
Y, después, las miradas arrobadas de César con Otilia, su sobrina fascinada por el tío apuesto y ya famoso. Pero, además, por el carisma que irradiaba ese ser a quien la gente prodigaba tanta devoción y cariño.
14. Una plegaria
o una queja
Él ahora está aquí. Se ha quedado fusionado a este aire impalpable, a este artesonado, a estos pilares y techumbres. Él habita bajo estos aleros, digno siempre, hierático cara al firmamento.
Sentimos que él nunca se fue. Que cobra sentido recibiéndonos a nosotros esta tarde.
Él se hizo héroe y paradigma para que nosotros hoy viniéramos a encontrarlo aquí: andino, sensible, fraterno.
A este hermano masa, a este hermano humanidad, a ese colectivo unívoco.
Venimos aquí a estar contigo, para proclamar la solidaridad con la humanidad doliente. Todos aquí reunidos, que por ser seres comunes y corrientes resultan extraordinarios.
Aquí nos damos cuenta que César Vallejo es nuestro hermano, es nuestro padre, es nuestro hijo. Que nosotros mismos somos Vallejo.
En esta casa, peregrino, que has venido con nosotros, di unas palabras, recita unos versos, emite una proclama, modula una plegaria o una queja.
15. Al centro
yace el infinito
La casa de César Vallejo no es como la casa de los célebres señores. Tiene un patio abierto a la visita de las aves y a la luz fulgurante del día.
Llegan las libélulas anunciadoras de las cartas y de las visitas inesperadas.
Ya debe haber algunas mariposas sonámbulas revoloteando entre sus flores esperando nuestra llegada.
Vuelan sobre ellas los moscardones de miel extasiada que cargan ese grano de oro en sus patitas traseras.
La casa de César Vallejo es nido, es mirador, es catalejo a la Vía Láctea. Es círculo que tiene centro. Eso se lo ve y se lo siente.
De sombra tupida en la noche hasta que lo ilumina la luna que boga por sus paredes blancas.
Al centro de su casa yace el infinito.
16. Cabe llorar,
si así lo quieres
Por eso, este es un templo, un ábside que reúne eternidades.
Es la casa más señera del más genuino de los poetas, del más incorruptible de los hombres.
Con ser pequeña es amplia, abierta, total.
Es límpida, frugal y fragante.
Su casa es un albergue, un palomar desde donde uno siente que se defiende la vida y lo más significativo de lo humano.
Es su única casa para siempre, esta su casa de Santiago de Chuco.
Esta que ahora conocerás peregrino, donde podrás cogerte a sus muros, posar tus manos en sus piedras, recostar tu frente en los pilares o en los muros.
Recogerte en el corredor de abajo, con sus tondos y repulgos de fiesta, y repasar tu vida.
Cabe en ella el sol, la luna y las estrellas. Cabe la más leve brizna.
Y, apoyado en ella, cabe llorar, si así lo quieres.
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