Ritmo, 1962, esmalte sobre tabla incisa, 35,5 x 38,5 cm
"El medio centenar de obras de José Gurvich reunidas en la Galería Oscar Prato abarca cuadros de distintas épocas del artista, un arco que va desde 1946 a 1972 —además de dibujos, maderas, cerámicas, objetos—, en un recorrido por el talento y talante vital de un maestro, desde sus tempranos puntos de partida hasta las obras de plena madurez. Toda la obra expuesta revela a un artista mayor en quien el impulso creativo de la juventud, abonado por el rigor con que abrazó su oficio, nunca dejó de arder. Fecundo y proteico fue el don de composición e invención que signó la armonía de su vasta obra.
José Gurvich (Lituania, 1927 - Nueva York, 1974) fue temprano discípulo de Joaquín Torres García y destacado miembro de su escuela constructiva, si bien ya a los quince —en tiempos de un aventajado aprendizaje del violín— había recibido lecciones de José Cuneo, el pintor de lunas y cielos campesinos convulsos. A los diecisiete, ingresó al Taller de Torres García, quien, con autoridad de mentor más bien severo, después de un tiempo, le aconsejó “irse a su casa a pintar disparates”. Desde el primer viaje a Europa, en 1954, fue cautivado por el miniaturismo apocalíptico del Bosco, desplegado en imágenes de minuciosa orfebrería onírica, así como por las límpidas escenas de regocijo aldeano de Bruegel. Según diversos testimonios, en su taller del Cerro había libros abiertos con reproducciones de sus admirados flamencos. Muchas de sus pastorales del kibutz y sobre todo sus fiestas judías, algunas témperas vinculadas al período de la conquista espacial de fines de los sesenta, la prodigiosa producción de cerámica escultórica de esa misma época, nacida en el Cerro de Montevideo con arcillas del arroyo Pantanoso, más toda la obra de Nueva York con sus pululantes mundos humanos, recrean al sesgo aquellas atmósferas fantásticas abigarradas. Paul Klee, Marc Chagall y Joan Mirò completaban la serie de afinidades europeas de la primera hora. Adhirió a la armonía emanada de la pintura de Klee, también músico, el cual había escrito en sus diarios que “la difusa claridad de una ligera veladura es más rica en fenómenos que un día lleno de sol”. A Mirò lo vincularon afinidades dadas por el candor y el canto del color. Lo sedujo también el imaginario fantástico de raíz popular del ruso Marc Chagall, cuya aldea —su shtetl judío— quedaba a pocos kilómetros de la comarca natal de Gurvich, nacido Gurvicius en otra pequeña aldea cerrada sobre sí misma, y desembarcado junto a madre y hermana en el puerto de Montevideo, a los cinco años.
De él decía su madre que tenía “manos de oro”. Para Guillermo Fernández, los suyos eran “dedos brujos”. Gurvich sentía atracción por el trabajo manual. Un episodio destacado de su vida es que prácticamente su primera exposición fue internacional, que la obra expuesta fueron cacharros de engobe y no cuadros, en la Galería San Marcos de Roma (nada menos que en la ciudad que había albergado a la comunidad judía más grande de Europa, cuya existencia está documentada desde el siglo II a.C.) y, como si fuera poco, sin otra mediación que la de su empecinamiento en crear obras que convencieran al propietario —que primero lo había rechazado— de su calidad artística. (Había conseguido un taller de cerámica que le cedían en préstamo en noches y feriados: ahí elaboraba sus piezas). Con el producido de esas ventas solventaría la primera visita a su hermana en el kibutz."
Tatiana Oroño
José Gurvich
Canción de la pintura
Galería Oscar Prato
Paraná 743 esq. Ciudadela
Paraná 743 esq. Ciudadela
11 de mayo - 31 de julio
fuente obolo cultural
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